viernes, 7 de noviembre de 2008

Besos brujos


Otra arca perdida

Ioram Melcer

(desde Jerusalén)

DURANTE MIL quinientos años lo peor que se podía decir de un texto era que se trataba de una novedad. Las civilizaciones que se fueron creando alrededor de las escrituras sagradas como la civilización judía, la civilización cristiana y más tarde la civilización islámica defendían a sus textos fundacionales otorgándoles una posición superior, metafísica y absoluta. Si las escrituras sagradas son la palabra divina, deben necesariamente contener todo. Aunque no todo, porque luego aparecen los comentarios.

A través de los siglos los hombres comentaron, investigaron y re-elaboraron esos textos fundacionales. Pero había límites bien definidos. La única forma de escribir las ideas era disfrazarlas, presentarlas como parte de la cultura del comentario de la palabra divina. Sólo así podían llegar a ser aceptadas, sin ser consideradas una "amenaza".

Este es el marco en el cual cabe comprender "El Evangelio de Judas Iscariote". Escrito a mediados del siglo II, es un texto que existió, tuvo su vida, intentó sobrevivir y fracasó. Los evangelios de Marcos, Mateo, Lucas y Juan tuvieron mejor suerte: fueron reconocidos, consagrados y canonizados. El evangelio de Judas fue declarado "falso". No fue el único en sufrir ese destino. La cuenca del Mediterráneo pululaba de evangelios, es decir, de textos que se presentaban como obras escritas que contienen la historia de la vida de Jesús y elementos de su mensaje. El ADN cultural común a todos contenía elementos que nadie disputaba, desde la Anunciación hasta la Pasión, así como el grupo de personajes básicos de la joven religión. Toda una biblioteca de evangelios estaba más o menos abierta a quienes buscaban la "verdad". Había evangelios de Tomás, de Pedro, de María, un "Evangelio de la Verdad", así como una larguísima serie de tratados sobre temas derivados de otros evangelios, de las enseñanzas de los padres de la Iglesia en Egipto o en otras partes de la cuna del cristianismo. Un largo proceso de discusión, de negociación política, competencia entre hombres y textos - además del azar - llevaron a la consolidación del cristianismo. Fue un proceso de selección.

Siglos después, gracias al clima seco en Egipto y Palestina, los arqueólogos encuentran textos "petrificados" que fueron vencidos en las batallas de las ideas. De tanto en tanto alguien (casi siempre un pastor beduino o un campesino árabe) se topa con unos canastos polvorientos en alguna gruta seca, o con unos jarros sellados en cuevas, con paquetes de papiros crujientes. Son los grandes hallazgos de la arqueología de los siglos XIX y XX en la parte oriental del Mediterráneo. En 1945 se encontró la Biblioteca de Nag Hammadi en Egipto con textos filosóficos, místicos y teológicos en papiros. En 1896 se encontró la Guenizá, un enorme depósito de antiguos textos en la vieja sinagoga del Cairo. En 1947 se encontraron los manuscritos del Mar Muerto. Y hace 30 años se encontró el Evangelio de Judas.

MUCHO INTERÉS MEDIÁTICO. El libro El Evangelio Perdido de Herbert Krosney cuenta la historia del texto y especialmente la de su descubrimiento, desde el hallazgo físico del escrito hasta su reciente publicación que despertó un enorme interés mediático, bastante asombro del público interesado y cierta satisfacción por parte de los estudiosos.

Los libros que recuentan la historia de un hallazgo arqueológico suelen sufrir del fantasma de Indiana Jones. Este fenómeno se manifiesta en una serie de decisiones al momento de contar la historia. En primer lugar, al lector se le da algunos datos sobre el escenario del drama, que en este caso es el desierto en el centro de Egipto, lugar impregnado de misterio gracias a la historia, la literatura y el cine. Luego hay que explicar cuán grande es el hallazgo, resaltar las dimensiones apocalípticas del descubrimiento. Por allí también aparecerán la realidad del segundo siglo d.C., la Iglesia copta, la lengua copta, la cuna de la vida monástica, las enseñanzas gnósticas, el papel de Judas en los evangelios canónicos, algo acerca de sus orígenes históricos, las primeras décadas de lo que habría de ser una nueva religión, los apóstoles y sus seguidores. Luego de haber digerido todo esto en un par de capítulos bien sintetizados, el lector puede acceder a la fase dramática, que es la de acompañar al Indiana Jones de la historia, siguiendo sus pasos en el escenario, con una mezcla entre película de suspenso y novela histórica.

Es que Egipto tiene todo lo necesario para nutrir estas aventuras: mercados árabes de comerciantes y traficantes de antigüedades, la religión copta-cristiana tan entrelazada con la antigua identidad de los habitantes, además de una larga tradición de hallazgos parecidos a lo que describe este libro-guión de la National Geographic. En 1897, por ejemplo, dos hermanas escocesas compraron un trozo de papiro en el mismo mercado de antigüedades del Cairo, luego identificado en Cambridge como un texto en hebreo perdido hace dos mil años. Aquel documento llevó al descubrimiento de la Guenizá. En 1947, a su vez, el Profesor Sukenik de la Universidad Hebrea de Jerusalén se forró la chaqueta de billetes y se jugó la vida al tomar de incógnito un autobús árabe a Belén, mientras estallaba la Guerra de Independencia israelí en Palestina, para comprar los jarros que contenían los primeros textos del Mar Muerto. Pocos meses más tarde parte de la Universidad caería en manos de los soldados jordanos, mientras los textos comenzaban a cambiar el panorama intelectual acerca de la era de Jesús y del Segundo Templo, y el hijo del profesor sería nombrado jefe de las Fuerzas Armadas del joven Estado de Israel. Ambos casos ofrecen material abundante para un par de hits de Spielberg, con Harrison Ford, paisajes impresionantes y momentos de alto suspenso.

Pero la historia del evangelio de Judas es mucho más tranquila y banal...

LIBRO FALLIDO. El autor de El Evangelio Perdido se esfuerza en trazar un drama a través del globo con estudiosos, místicos, semi-criminales, jerarcas del mundo académico y coleccionistas de datos científicos, todo escrito y expuesto a buen ritmo. Pero falla, porque la historia que puede interesar no está en el libro. El drama está en otra parte. Su protagonista es Judas Iscariote, aceptado como el malo de la historia por los cristianos durante casi dos mil años. Y resulta que ahora, al principio del siglo XXI, volvemos a leer el mismo texto que existió, se conoció, se estudió, se comentó, se condenó y se relegó al olvido. Ahora vuelve de la mano de Krosney como si fuera un comentario subversivo, una obra literaria, filosófica y teológica que utiliza a Judas, el malvado del imaginario cristiano, para dar vuelta la historia. Para contar una historia alternativa que consolide una visión diferente. Visión que en realidad no aporta nada nuevo. Porque, según el texto de este "nuevo" evangelio, Judas le fue fiel a Jesús. Lo entregó a los romanos a pedido del propio Cristo, pues era la única manera para que Jesús cumpliera plenamente su misión en este mundo impregnado de malicia, un lugar donde el mesías tenía que bajar a lo peor del abismo para lograr redimir al mundo.

Son ideas muy comunes en la historia del mesianismo cristiano, judío e islámico. Desde el Rey dom Sebastião de Portugal ("El Deseado") desaparecido en el desierto en 1580, pasando por el falso mesías judío del siglo XVII, Shabattay ben Zvi, hasta los mesías de los musulmanes, el Iman XII desaparecido en una cueva o el propio Usama Bin Laden - probable ocupante actual de otra cueva montañosa entre Afganistán y Pakistán -todos llegan y ven al mundo real como "malo", "arruinado", "equivocado", y todos quieren redimirlo y crear uno mejor. Son ideas muy antiguas. El relato de estas ideas es el cuento apasionante y este es el marco de referencia del llamado "Evangelio de Judas". La historia del hallazgo es mucho menos interesante.

EL EVANGELIO PERDIDO, La búsqueda del evangelio de Judas Iscariote, de Herbert Krosney. National Geographic Society/Nuevo Extremo. Buenos Aires, 2006 d.C. Distribuye Océano, 258 págs. Traducción de Oriol García y Anna Guelbenzu. 

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