“hada, duendes y un bosque”
Los rayos del sol apenas surgían entre las frondosas y añejas arboledas. Un fuerte olor a eucaliptos se mezclaba con el aroma de las hierbas húmedas. Hacía frío. La bruma de la noche se iba perdiendo entre la espesura del bosque al sol naciente. Había varios charcos y ramas rotas. Por allá lejos, se veía una pequeña y pintoresca cabaña.
Caminé cadenciosa, ilustrándome con este maravilloso paisaje hasta que un chillido, casi imperceptible y un golpecito en la pierna, reveló que algo sucedía. Miré hacia abajo y no vi nada. Apenas giré la cabeza hacia mi costado derecho y algo pegó en mi rostro. ¿Una piedra? Pensé. No, simplemente era algo pegajoso parecido a una torta diminuta. ¡No entendía nada!
Seguí caminando solo apenas dos o tres pasos y alguien me habló:
_ ¡Pst!... ¿Te crees viva por ser más grandota que yo? ¿eh? _
Con ganas de correr, miré desesperada hacia el lado de donde provenía la voz. De la nada apareció una jirafa... ¡¿una jirafa en medio de un bosque?! . Claro, me di cuenta que era un bosque encantado.
_ Hola Jirafa. ¿Qué quieres? (le dije)
_ ¡Nada, gordita, no soy una jirafa, soy un duende! Me tuve que hacer más alto que vos para que me vieras y recordaras que debes mirar por donde caminas. Casi me aplastas.
_ Disculpa, pero venía tan embelesada con el paisaje... (me interrumpió dando feroces gritos)
_ ¡Nada... nada! ¡Calla esa bocota enorme e inservible que tienes! (decía esto mientras se refregaba las patas contra la tierra)
_ Pero, duende... (traté de decirle...)
_ No me enfades, déjame hablar o te convierto en sapo...
_ Bueno, habla... (le dije con resignación)
_ Debes ayudarme con el hada. El ogro “Sarcipin” se la llevó cautiva mientras ella dormía. Todo el poder del hada está en su varita y en las palabras mágicas que debe pronunciar...
_ ¡Ah! ... (no me atreví a continuar hablando)
_ Pues el Ogro se llevó a nuestra amiga Hada “Lucesol” y ella sin su varita nada puede hacer. Nosotros los duendes no podemos auxiliarla, por eso, antes que te convierta en un tremendo sapo la debes rescatar.
_ ¡Si no queda otra! ¿Qué debo hacer?
_ ¡Bla...bla....bla...bla....!
_ Bueno, así será. Antes de la medianoche vuelvo con el hadita. Pero quedate tranquilo duende, ni se te ocurra ponerte nervioso a ver si todavía me conviertes en sapo...
Ya mi estado de contemplación se había esfumado gracias a este duende gruñón. Debía traer a vaya saber qué hada mágica desde el castillo Negro de Pardalux. Ni sabía dónde quedaba. Preferí caminar y encontrarlo antes de verme limitada a croar toda mi vida al lado de un pantano oloroso y alimentarme con bichitos de luz.
Ahí fui, hasta que llegué al Castillo Negro de Pardalux. Todo era fantasmal. Un pequeño arroyo cruzaba el gran portal. Me peleé con los cocodrilos, con las serpientes negras y los murciélagos. Las plantas carnívoras quisieron abusar de mí. Llevaba en la mochila unos cuantos paquetes de salchichas, así que los abrí y las dejé contentas. Vino un “Super Vampiro” y le di un golpe de karate... ¡Así!..., (perdió sus colmillos y se puso a llorar desconsoladamente). Me dio lástima entonces le hice creer que yo tenía un amigo dentista y que si me ayudaba a rescatar a la hadita, le regalaría 4 hermosos colmillos dobles y a rosca para cambiárselos en caso de rotura. Aceptó el trato, así que me subí a su espalda y me llevó volando hasta la torre del castillo.
Un pequeño detalle: me había olvidado la varita. Bueno, a veces mi astucia me ayuda o defrauda. Esta vez me ayudó a que no me convirtieran en sapo.
El vampiro me tenía sobre su espalda y pude observar a “Lucesol” caminar enfurecida por la habitación. Le hice señas a mi amigo para que fuese a la otra ventana y vi al Ogro durmiendo. No lo pensé más: con mi celular apagado, por supuesto, comencé a dar golpecitos en el vidrio hasta que se rompió_ (mi celular también)_ y así pudimos rescatar a la pequeña hada.
Llegamos al bosque y les aseguro que fue muy fácil. Todos nos quedamos
contentos. Ella se reencontró con sus duendes y yo me salvé de ser sapo. Caminando
con mi amigo vampiro, nos fuimos al próximo poblado en busca de un dentista para que
le pusieran sus colmillos nuevos, y que, lógicamente, estrenó con el pobre e inocente sacamuelas.
Indiana Bauer
Lomas de zamora
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