LOMAS DE ZAMORA, 11 de enero de 2001.-
SEBASTIÁN:
Sé que nada ni nadie podrá sellar las heridas que tienes. A veces las palabras sólo son pequeñas gotas de agua que nos alivian de la sed pero no pueden saciarla.
Quiero que sientas que el mundo puede entregarte lo que tu desees, que puedes atesorar cada momento como si fuese el último de vida, disfrutar de la brisa, del aroma de las cosas, respirar otro aire, intenso, que corra por tu piel, tu garganta, replete tus pulmones con ese maravilloso elixir llamado vida.
Tu me decías anoche que no era fácil y que te gustaría hacerlo. Pues... “ Mi Pequeño Gran Ser”... Debes tener más confianza en ti, reencontrarte con ese SEBASTIÁN al que quizá le duela hacerse hombre. Apreciarte, amarte, amarte una y otra vez, nadie cuidará ni te amará como vos a tu vida y tu cuerpo. No importa tus flaquezas, tus impotencias, no te importe el qué dirán, no te importen los prejuicios sociales. Sé tu mismo.
Vives rodeado quizá de fantasmas y es como si tuvieses temor de desprenderte de ellos. Te invade la inseguridad, eso tan horrible que hace más sensible al ser humano, una especie de inferioridad marcada por un agudo sentimiento de culpa ajena... ¿Porqué? ¿Quién es inferior o superior a algo o alguien? Tu mismo dijiste y sientes que Dios no existe, que los hombres (si mal no entendí) somos él, parte de él... Pues yo no estoy para decirte en qué Dios, diablo o cosa debes creer, pero sí para decirte una y mil veces que tú eres parte de ese Dios, esa vida, ese todo... Qué eres una parte tangible e
Importante para los demás aunque tu no lo creas. Hay personas que te aman, que te respetan, que te odian y te miman o te arrebatan momentos que jamás podrás recuperar.
Tu me hablas de muerte, de morir en soledad. La muerte es resurrección, cambios profundos, la continuidad de todo, la separación de la nada... La muerte se desea cuando no hay mucho por hacer, cuando duele mucho el cuerpo, o cuando nuestra materia envejece por los años y las ausencias se encriptan cada vez más.
Mi cielo, anoche dije que te comprendía, y algún día, cuando quisieras podría contarte otras cosas. Lo definitorio, lo decisivo a mi cambio fue la entereza de comprender mi error. Entender que no podía cambiar al mundo, pero si podía lograr transformar mi estado. Ser yo misma sin olvidar mis principios pero tampoco mis necesidades...
En cierto modo aprendí a vivir sin resguardos aunque muchas veces suelo pensar en la resignación por la que debo atravesar... Pero sabes una cosa, me di cuenta que indefectiblemente el hombre debe aceptar resignarse la mayoría de las veces. Es inevitable, incuestionable, piénsalo. Analízate sin piedad, no esperes que los demás marquen esos errores que tú debes aprender a ver, a resistir. No pretendas vivir tampoco de las faltas de los ajenos, cada hombre es único en su especie, absolutamente insuperable, y sus caminos están regidos desde otros parámetros nada es igual a todo... nadie es igual a otro, solo así mismo.
Tú sabes la intención de esta prosa, carta, o como desees llamarlo. Todo aquello que me cuentes, quedará en mí, en nosotros. Nunca, jamás te voy a dejar solo. Callada, estaré a tu lado como un espectro (porque ángel no soy), esperando que fluya de ti, un pequeño hálito o una evocación. Cuando tu memoria me llame, dónde estés y aún en el plano en cual me halle te encontraré y sabrás que no estarás solo porque siempre estaré contigo.
tu amiga
Indiana.-