05 enero
¡VIDA Y... METAMORFOSIS!
Hoy es un domingo de otoño, como otros tantos que han corrido en mis agitados calendarios. Es un tibio día, pronto ha de atardecer y aunque está nublado puedo observar el encanto misterioso de los colores que se muestran tímidamente como un gran abanico abierto en la puesta del sol, adornando ese cielo tan transgresor cuando nos quiere desafiar en su dimensión tan extraña.
La casa está silenciosa. Un fuerte aroma a jazmines se desplaza por la habitación. Trato de conciliar el sueño, aunque es temprano, pero es mi único hábito para que el tiempo pase más rápido y no sentir la pesadez de las ausencias.
¡Dios mío, cómo han pasado los años! ¿Adónde fueron los días en que mis niñas correteaban por la casa? Esos días maravillosos en que me sentía dichosa, plenamente una mujer, íntegra como madre, como persona. A veces me paso el día entero mirando viejas fotos de mi niñez tratando de recobrar_ entre mis nostalgias_ una gran parte de mi vida y recordar a mis seres más amados. Pero las historias son gestas reconocidas y aplaudidas unas, y otras, como esta, pasan inadvertidas sin cargarlas en viejas y desgastadas hojas y ni siquiera aun, ocupando un lugarcito en la memoria, de quienes sin quererlo, fueron partícipes de ella.
Puedo recordar mis paseos por la Plaza Mitre, en la ciudad de Monte Grande. Cómo me gustaba ver caer el agua de la fuente. Los árboles tan añejos que no dejaban ver el cielo porque sus copas se abrazaban como un gran arco en el cual me permitía sentarme bajo su custodia en el viejo sillón de plaza. Mis pies jugaban con la grava moviéndola de un lado a otro o dibujaba con un palito algún corazón o escribía mi nombre: INDIANA
Sin vacilar, busco en cada rincón algún recuerdo, en mi vieja casa de la infancia, en aquellos amigos que han pasado y en los que aún están a mi lado o vaya a saber porqué cosa del destino, vagan por el planeta sin que yo los pueda ubicar en sus coordenadas. Vivifico. Construyo con métodos casi insólitos algún pasaje por venir o personas nuevas que han de acompañarme en este mundo tan revolucionado y establecido, casi, casi, con esa expresión moderna llamada globalización.
Muchas veces me detengo a pensar, adónde quedaron las calesitas, los caballitos domingueros en las plazas rodeados de chicos y padres. Los circos que llegaban al barrio y alborotaban a todo un pueblo con sus fachadas de colores, malabaristas, payasos repartiendo sonrisas y propagandas, saludando alegremente a la gente. Recuerdo cuando paseaban en sus carromatos con los leones y los elefantes anunciando con altavoces el día de la presentación oficial y el precio de las entradas, mientras algún perrito travieso daba vueltas junto al chimpancé vestido con un mameluco y un cigarro en la boca sosteniendo un muñeco con su mano torpe y peluda.
¡Y el globero!, Pobre hombre viejo y cansado. Él ofrecía sus enormes globos de colores ¡Sí hasta parecían huevos gigantes!, que claro, para mi estatura de apenas 1 metro, me llenaba de ilusión poder tomar ese manojo grandote, grandote y echar a volar...
¡Qué belleza esas tardes de domingo que ya ni se ven! Los hijos y los padres juntos compartiendo alegrías y sorpresas. Esas sorpresas que cotidianamente y a cada instante, nuestros pequeños nos regalan y porqué no, rescatan desde nuestro interior ese niño dormido que al crecer nunca le damos tiempo para despertarlo. Quizá porque duele saber cómo han pasado los años y nuestras fantasías quedaron dentro de esa cajita mágica que no se abre nunca, solo cuando damos un espacio a la reflexión y a las nostalgias.
El tiempo que nos marca, indefectiblemente, con las experiencias de nuestras vivencias, sean malas o buenas, eso queda plasmado en el libro íntimo espiritual, y porqué no, humano también. Por inercia, por atracción o quizá por una simple voluntad accedemos a concretar, buscar, investigar más allá de las razones que están impuestas en la sociedad. No nos detenemos a pensar, ni siquiera un minuto si en ese logro, hemos avanzado hacia la perfección, o por el contrario, hemos avanzado hacia nuestra propia destrucción material, espiritual y también social.
Desafiar..., desafiar a veces las leyes, nos concentra en seres marginados. Individualizados, cada uno en sus propios sistemas de vida, nos lleva a sostener pautas que difícilmente compartidas con otros grupos, puedan ser homogéneas a pesar de proceder de una misma naturaleza. Es por ello, que, desafiando las leyes de la propia existencia humana, condicionamos a nuestras próximas generaciones a vivir en los olvidos... En los eternos vacíos que provocan las desigualdades, los desafueros, las trivialidades, las arrogancias y los perennes rencores. Aquello que fortuito nos enseña el dolor no se olvida jamás, como tampoco las felicidades que se rescatan desde la infancia hasta las caídas de nuestros últimos pétalos en esta vida que hemos decidido transitar y a la que no debemos desdeñar.
La vida. Muchas veces trato de imaginarme otro nombre. Que la palabra vida tenga otro significado, lo veo imposible y hasta absurdo... Vida es compartir, entregarse a sus afectos, a sus ideales, pelear por ello. Vida te da el amor sin egoísmos, amar sin medida ni objeciones.
Vida es cuidar, sonreír y perdonar a tu prójimo, perdonar... ¡Qué difícil es saber perdonar!
Hoy, pasó ese domingo tan espléndido, sé que no habrá otro igual, ni siquiera con el mismo cielo, ni las mismas nubes que lo armonicen, ni el mismo aire como tampoco los mismos jazmines que posaron estáticos en un florero de mi cuarto.
Celebro, entre mis ausencias y mis acordes, porque mis letras no son letras, sino acordes que mi alma tiene grabada y me hace expresar en esta quimera incomprensible y hasta a veces defectuosa. Celebro mi tremenda soledad entre mis recuerdos, porque llenan esos espacios que nunca deben permanecer vacíos, que me ayudan a sobrevivir y me anuncian el buen trayecto de aquella misión que he tratado de cumplir, pese a las tempestades o a los encantadores momentos que no me permitieron comprender el dolor o la existencia ajena.
Ya es tarde, y otra nueva me espera. Allí voy silenciosa a la entrega de los sueños que me acunaran en ese eclipse demencial que existe entre el hombre y la tierra, el sol y la luna, el espíritu y la carne, y, entre el amor y el odio; para observar sigilosa, como se pierden los momentos más sublimes sin que se percaten, las gentes descuidadas, de los tesoros que caprichosamente dejaron escapar de sus manos y de sus tiempos, para caer en las profundas aguas oscuras de ese océano llamado “Indiferencia al Olvido”
Entonces, rescato desesperada mis antiguas fotos, revivo mis personajes, los paisajes, las ciudades muertas de papel, las calesitas, el circo, los globos, mis hijas, mi vida..., porque temo caer en ese oscuro olvido, y que mi mente quede atorada de imágenes satelitales donde confusamente sobreviva dentro de historias y novelas sin paladines, sin Romeos ni Julietas, que me permitan soñar de vez en cuando. Temo estar donde solo existen odios, luchas y las vergüenzas que acompañan a la impunidad, a la marginalidad, a la corrupción...
Sí que ya es tarde, pero el tiempo de los tiempos continúa su inescrutable paso en este espiral, con sus polaridades, sus planetas, sus lunas y sus soles... entonces, me arrimo silenciosa, como un espectro que espera el recuerdo de sus seres queridos para acompañarlos en su soledad y evoco la firme promesa de no olvidar ni un instante, aquellos momentos que la vida incoherente me regaló y supe aprovechar.-
Indiana Bauer
Lomas de Zamora: año 2000
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