miércoles, 11 de junio de 2008


Lomas de Zamora, 23 de Octubre de 2007
Querida Mujer:
A través de esta carta deseo reivindicar a la vida, deseo exaltar nuestra femineidad y poner de manifiesto aquellas cosas que hemos rechazado y/o censurado y forman parte de una realidad: tuya, mía o de todos.Durante mucho tiempo mi cuerpo no tuvo el cuidado que merecía. Tenía pánico de ir a un médico y durante 47 años por diversas razones, tuve que pasar siete veces por el quirófano, pese a ello, las consultas al ginecólogo fueron evitadas por mucho tiempo hasta comenzar con inconvenientes pre-menospáusicos. Me realizan a esa edad mi primera mamografía, recuerdo que era el mes de octubre de 2005. Me inventé trabajo y agenda completa hasta que, pese a las molestias y mi negación, tuve que recurrir a la ginecóloga en el mes de marzo de 2006. Pasaron 5 meses, tiempo donde los fantasmas y los entuertos de mi mente jugaban en contra de mi situación. Intuía, sabía, me negaba...Me detectaron un carcinoma lobulillar en la mama izquierda, era pequeño pero invasivo (menor a dos cm) pero su clasificación era Birards 5 (Altamente sospechoso), por lo que la Dra. B. Fabbri me derivó al Dr. Carlos Mastromarino (ginecólogo y especialista en Mamas). No había que perder más tiempo, había una larga batalla. Recuerdo que mi mejor amiga me acompañó hasta su médico para realizar otra interconsulta. Luego de una larga y tediosa espera el galeno comenzó a revisarme y le entregué mi mamografía con magnificación y ecografía con extensión axilar, él, solo me miró y me preguntó si yo sabía qué enfermedad tenía. Fastidiosa le contesté que si y éste me pidió que le dijera cuál era. Con lágrimas contenidas le contesté en voz baja: “cáncer”, él no se conformó con mi respuesta y me pidió que se lo dijera más fuerte, volví a darle mi diagnóstico. Molesto me gritó que se lo dijera más fuerte y allí es dónde le grité a viva voz mi enfermedad y rompí en llanto. Me tomó del hombro y me dijo: “Cuando Ud. Aprenda a decir su enfermedad en voz alta y sin miedo, va a asumir que está enferma. Todavía está a tiempo. Luche. Si ama a la vida, luche. Le espera un largo año de batalla. Se merece vivir...”Estaba sola. La noche se prestaba a la nostalgia y a los constantes replanteos. No podía cambiar las cosas y tampoco podía volver atrás. Estaba signada a esta crisis y me quedaban dos caminos: entregarme o enfrentar la realidad y no dar tregua al cáncer.La llovizna pegaba en el parabrisas del remis. Sabía que no había elección. Volvía a repetirse una historia y que yo, solo yo, podía cambiar. Esto ya no era uno de mis tantos cuentos, ni siquiera un artilugio literario. Era un designio y debía esforzarme por cambiar ese final.En el año 1983 cuando quedé embarazada de mi hija mayor: Marianela, mi suegra estaba batallando con un cáncer de mamas. La ayudé y la acompañé en su agonía pero con ella se llevó la ilusión de conocer al bebé que nacería dos meses después de su muerte pocos minutos después de mi cumpleaños: era el 7 de marzo de 1984. Tuvieron que pasar poco más de veinte años para que esta historia se hiciera presente nuevamente en nuestras vidas. Días antes de confirmar mi dolencia, mi hija Marianela me da la noticia que estaba embarazada. Un gran temor corrió por mi mente: “¿La dejaría sola justo en este momento?”El pecho lo sentía estrujado y solo veía las gotas de lluvia pegar en los vidrios del auto. Todo alrededor era oscuro, como yo lo sentía, como lo veía, como era mi soledad en los peores momentos de mi vida y en los que no presentaba factura a nadie. Qué les diría a mis hijas. Macarena estaba asistiendo a su suegra afectada de la misma dolencia que la mía, solo que ella se entregó. No hizo tratamientos ni buscó ayuda. Estaba mal. Marianela con su embarazo. No querían que sufran. Mi esposo, quizá con el tiempo podría llegar a valorarme u olvidarme, no lo sabía, ni aún lo sé... Ahí noté algo: “me autocastigué”. Ahora que te escribo esto querida mujer te digo: a veces cuando no nos sentimos queridas o respetadas nos inmolamos como si a través de este sacrificio llegásemos a ser inmortales en la memoria de los que amamos y es ahí cuando nos olvidamos de nuestra dignidad. No quise eso. Me di cuenta y no acepté inmolarme por causa de otro y por ello decidí apostarle a la vida.Llegué a mi casa y mi esposo me preguntó cómo me había ido. Lo miré con esa soberbia que te da la posibilidad de revancha, aún sangrando por la gran herida del alma. Solo le dije:_ “Esta batalla es mía. No lo hago ni por vos, ni por las chicas y mucho menos por ese bebé que va a nacer... “No me entrego, lo hago por mí...”_ Me contuve mucho. Recibí también, cosa muy importante, el apoyo de los seres queridos. Ante mi madre tuve que esconder mi enfermedad para preservarla porque no quería perderla. Me sometí a todos los estudios de alta complejidad y siempre acompañada por mi marido, mis hijas y mi amiga Vanessa. Reconozco que tuve ataques de tristeza y hasta de cansancio. No me permitía llorar. Cuando me dieron el resultado de la ecografía abdominal y vimos que mi hígado estaba bien, Marianela, Vanessa y yo no pudimos contenernos y terminamos abrazadas las tres llorando de alegría. Las tres teníamos miedo pero ninguna lo había hablado. Eso no era todo, había que seguir.Recuerdo que el día que me enviaron en remis el diagnóstico de la biopsia desde el Centro de Investigaciones Mamarias de Capital Federal, dejé la carpeta sobre la mesa. No me atreví a abrirla. Mi marido estaba mirando televisión. Yo, sentada en una silla, me negaba a hacerlo. Gustavo no se interesó tampoco en conocer el resultado. En un momento recordé las palabras del médico y me hizo tener valor para corroborar el diagnóstico. Lo leí. Sentí que un escalofrío corría en mi cuerpo, necesité un abrazo. Necesité que me hablaran o me gritaran. Necesité saber que significaba algo y que me dijeran que todo iba a estar bien. Solo hubo silencio...A Marianela le seguía creciendo la panza. No quería proyectar nada para el bebé. No quería distraerme. Debía poner toda la atención en mi para poder salir adelante. Macarena Luchaba estudiando, trabajando y sosteniendo a su suegra que ya estaba en la peor etapa de la enfermedad. Yo tenía muy buena relación con María Alejandra. Pese a que le hablé mucho, ella solo quiso negar su enfermedad y hacer un tratamiento alternativo basándose en la ingesta de gorgojos. A todo esto, mi primo Alberto, ese hermano de la infancia al que aún extraño, yacía en la cama de un hospital muriendo de cáncer de pulmón. Un mes antes de mi operación fallece sin que yo haya querido verlo, ni siquiera asistir a su velatorio por necesidad de preservarme. 15 días después fallece María Alejandra. Una semana antes, cuando me estaban haciendo el prequirúrgico, en la radiografía de Tórax aparece una imagen sospechosa en el pulmón izquierdo. Sentí terror, sentí mucha angustia hasta que mediante estudios exhaustivos descubrieron que no era nada malo y se podía realizar la operación sin riesgo alguno.Llegué a ese 5 de julio de 2006 con la tranquilidad que estaba en las mejores manos: Dr. Carlos Mastromarino y su equipo y el Dr. Aldo Castagnari y equipo de Oncología. Me sentí querida, contenida. Me explicaron cómo sería la cirugía, que no habría necesidad de hacer una total ablación de la mama ni de todos los ganglios. Que, de todos modos hasta que no se abriera el campo quirúrgico no se sabría cómo y de qué manera estaban las cosas.A las 16 horas me llevaron a cirugía. Desperté bien. Lo primero que hice fue ver si me habían sacado la mama. Si estaba entera. Si mi brazo estaba hinchado. El médico se quedó y hablo conmigo y al día siguiente ya estaba en casa.Había que esperar el resultado de los estudios patológicos. 40 días muy largos para saber si debían o no hacerme quimioterapia. Estabamos creídos que todo estaría bien y así fue. Los resultados de las biopsias arrojaron que los factores hormonales eran positivos, que los ganglios y margen de seguridad cercenados estaban libres de células malignas. El Dr. Castagnari, al leer los resultados me dio la noticia que solo haría tratamiento por 5 años con Tamoxifeno, también me pidió que lo abrazara y que disfrutara el embarazo de mi hija.Hay un antes y un después en mi vida al pasar por esta situación. Mucho de mi verdadera identidad afloró pero si sé que no sigo siendo la misma mujer y es algo de que debo modelar. Aprendí a valorar cada espacio y segundo de mi tiempo. Amo amar y disfrutar a Valentina, mi nietita que en pocos días cumple 1 año. Ella me acompañó silenciosa en esta cruzada. Valentina me dio, sin querer, el valor de vivir, la dicha de verla crecer y estar presente en su historia y sus afectos. Hoy, llena todos los espacios vacíos y ocupa el lugar más preferencial junto a mi fe en ese Dios _cualquiera sea su nombre o rostro_ pero, fundamentalmente en mí, en saber que se puede y que vale la pena luchar, vale la pena vivir.Siempre fui una mujer activa. Socialmente abierta. Me sumergí después de operarme a un cuidado especial por necesidad y considerar que era lo adecuado. Hice radioterapia durante casi 3 meses en el CIO (Centro Integrado de Oncología de Lomas de Zamora) donde el grupo de Médicos, Técnicos y empleados cotidianamente aportan su caudal más humano y competitivo. Fue una escuela porque vi a pacientes muy complicados con la enfermedad pero con muchas ganas de continuar la batalla. Llegué a sentir vergüenza ajena por estar bien por sentirme bien a comparación de mis ocasionales compañeros de ruta. Ellos también aportaron algo con su ejemplo.Tuve amigos muy buenos que me acompañaron en todo momento, aún están conmigo y otros que me abandonaron cuando enfermé. Cuando el temor aflora tu lado más sensible crees que estás sola. Crees que vas a abandonarte a un barco sin rumbo y a una muerte segura. Sabemos que morir es parte de nuestra existencia pero vivir es una responsabilidad nuestra. Vale esa decisión: Qué mejor: “Luchar por vivir a no haberlo intentado...” Darte una oportunidad dignifica mucho más de lo que crees.Hoy mis días pasan en hacer lo que yo quiero, en lo que deseo. Me cuido. Hago continuos chequeos y, sobre todo, trato de ser feliz con lo que tengo. La salud es el factor más importante y que solo valoras cuando la pierdes. Tenía opciones y elegí apostar a la vida. A esa vida que irónicamente me mostró el nacer y morir en un parpadear.Mujer, amiga, hermana, madre, tú eres importante. Tú eres el mejor ejemplo. Cuídate, quiérete. No esperes que los demás hagan las cosas por vos. Sé tenaz y que tu sabiduría rebase en todas las esferas. No te entregues al abandono. No te paralices cuando las decisiones importantes dependan de vos y arriesgan tu vida. Lucha. Tienes ese derecho, ese derecho que también tenían muchas personas como María Alejandra (pudo y no quiso) o Alberto (no tuvo opción).Hoy, después de casi dos años, puedo contarte esta historia que para nada está alterada y que, reitero, no es uno de mis tantos cuentos fantásticos. Esto es obra de mi pasar, de mi piel, de mi dolor, pero fundamentalmente de mi dejadez...
Indiana A. Bauer
Buenos Aires - Argentina
CUIDATE, AMATE, SÉ TÚ MISMA...Por favor, difunde este mensaje a todas las mujeres que conozcas porque sin querer estarás salvando una vida...
Muchas gracias

1 comentario:

Anónimo dijo...

La vida es bella, siempre digo que debemos vivirla con un pie en el acelerador, porque pasa rápido, sin imporar el motivo por el que uno se vaya, al nacer, ya tenemos marcado el fin. ¿Vale la pena pensar en ese fin? no, de ninguna manera, salir y disfrutar y más teneindo esa pequeña vida que da sorpresas y alegrías diarias. ¡Te felicito por la actitud!